El cuerpo humano tiene necesidades específicas de energía que están en función de la edad, el sexo, el peso corporal, el estado de salud, la actividad física y el funcionamiento de la glándula tiroides, por lo que el organismo obtiene su energía cotidiana utilizando a los macronutrientes como combustible. Generalmente consume hidratos de carbonos y lípidos, pero en caso de necesidad (ayuno, enfermedades muy debilitantes, etc,) recurre a las proteínas.
La energía útil que nos dan los alimentos se miden en unidades llamadas calorías, palabra muy familiar para quienes guardan dieta a menudo. Una vez asimilados en el cuerpo, los hidratos de carbono producen 4 calorías por gramo, igual que las proteínas y las grasas 9 calorías por gramo.
Si se consumen suficientes hidratos de carbono y grasas para satisfacer las necesidades cotidianas de energía, el cuerpo no quema proteínas y las utiliza para reconstruir tejidos y para otros fines especializados. Si ocurre lo contrario, se puede utilizar proteína corporal para producir energía, pero el organismo se ve afectado: los niños no crecen, se pierde peso exageradamente, se abaten las defensas, etc.
Cada individuo, aun en reposo y a temperatura templada, consume calorías, las cuales se destinan a mantener funcionando los diversos órganos y sistemas de organismo que gracias a esto se mantiene vivo. A esa necesidad mínima de energía se le llama metabolismo basal y varía de persona a persona según la actividad de la glándula tiroides. En adultos, el mantenimiento del metabolismo basal exige en promedio unas 1500 calorías diarias, gastando un determinado número de calorías por hora según la actividad que desarrolle, ya sea durmiendo, recostado, sentado, y leyendo en voz alta, escribiendo en la computadora, caminando, trotando, nadando, haciendo el amor y corriendo, por lo tanto varía de individuo a individuo según las actividades que tenga durante el día.
El peso del cuerpo está estrictamente determinado por la diferencia entre el número de calorías ingerido y el número de calorías gastado. Si la balanza se inclina hacia el primer factor, aumentamos de peso. En teoría, si se limita el número de calorías requerido, no se aumentará de peso; pero esto no siempre es así, ya que el mantenimiento de un peso corporal estable depende también de otros factores; carencias nutrimentales, trastornos emocionales, padecimientos glandulares, entre otros. El exceso de peso es el trastorno más frecuente de la nutrición y no puede considerarse exclusivamente como productor de abusos alimentarios.
Energéticamente hablando, todas las calorías son iguales, lo mismos si provienen de hidratos de carbono, lípidos y proteínas, pero desde el punto de vista nutricio es importante el origen de las calorías que se reciben. No todos los macronutrientes se procesan igual a la hora de extraerlas su contenido calórico y algunos , como los hidratos de carbono refinados, pueden causar problemas a la salud.
Para el organismo, los hidratos de carbono complejos (como el almidón) y las grasas (de origen animal o vegetal), serán siempre los mejores combustibles. Los hidratos de carbono simples proceden de alimentos como el azúcar que su poder nutricio se reduce exclusivamente a proveer calorías, y se les conoce como calorías vacías, y son las calorías que se deben evitar ya que favorecen a la aparición de colesterol y pueden provocar enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus y obesidad.
Ya satisfechas nuestras necesidades calóricas, todo excedente de alimentos se almacena como grasa; en el hombre básicamente en el abdomen y en la mujer en caderas y muslos. La acumulación de grasas cumple la función de reserva, pero al superar ciertos límites, se convierte en un lastre no sólo estéticamente sino peligroso para la salud. En caso de obesidad mórbida con pesos de más de 110kg, se pueden almacenar un millón o más calorías en lípidos del cuerpo que fueron acumuladas diariamente.
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